miércoles, 27 de abril de 2016

Me veo obligada, siete años después, a retomar mi blog para hacer una publicación. ¡Cómo ha pasado el tiempo! ya ni siquiera sé muy bien cómo hacerlo. Si queda algún lector de estas virtuales páginas, aquí dejo esta entrada que escribí con el corazón en la mano.

Astillas:

Julia

Hay episodios en la vida que se quedan incrustados entre el corazón y la memoria como dolorosas astillas. A veces es dolor de vergüenza o de impotencia por no haber hecho algo, o no haber hecho lo suficiente para cambiar las cosas.
Una de esas astillas lleva el nombre de Julia, una pequeña de unos ocho o nueve años a quien le di clases hace ya varias décadas, en mi segundo año como maestra.
Julia era una niña muy linda, disciplinada, inteligente, pulcra (muy pulcra), obediente, increíblemente ordenada, metódica y cumplida.
Un día, al llegar a mi casa después del colegio, me di cuenta de que me había quedado con el lapicero que me prestó. Al día siguiente, lo primero que hice fue llamarla a mi escritorio para devolvérselo.
-"Perdón, Julia", le dije. "Me lo llevé sin querer".
La niña sonrió tímidamente y me dijo "No se preocupe, seño Nancy".
Al volver a su lugar noté algunos moretones en sus piernas. La llamé de nuevo y le pregunté bajito qué le había ocurrido.
-"Nada", dijo también bajito.
-"¿Cómo que nada, mi nena? Cuénteme, no tenga miedo. Solo quiero saber".
Dócil como era (y estoica), sin un temblor en la voz, sin derramar una lágrima, me dijo que su papá la había golpeado porque no llevó a su casa el lapicero que me prestó. Ese mismo que 24 horas después yo le acababa de devolver.
En su voz no había tono de reclamo, ni de rencor por haber sido yo la responsable de semejante paliza.
 Yo no daba crédito a lo que escuchaba.
-"¿Por qué no le dijo que yo me lo quedé?", pregunté desconcertada.
- "No me acordé", dijo sin emoción alguna en su voz.
No recuerdo qué más le dije. Quería llorar, quería salir corriendo para hablar con el monstruo que había lastimado de manera tan cruel a una pequeñita indefensa por un mísero y barato lapicero. Finalmente solo envié una nota a su casa para pedir hablar con sus padres.
Supongo que fue al siguiente día que se presentó la mamá. Conversamos sobre el incidente; le dije lo mal que me sentía y lo cruel que me había parecido el castigo.
Sin inmutarse, sin reflejar un solo sentimiento (de angustia, de enojo, ¡qué sé yo!), la mujer me dijo: "No se preocupe, seño, él es así".
En aquel tiempo no existía la Procuraduría de los Derechos Humanos, ni siquiera se hablaba de los derechos humanos, mucho menos de los de los niños. Yo, quien apenas estrenaba mis primeras dos décadas, no supe qué más hacer.
Julia se quedó incrustada para siempre en mi corazón, como una astilla, como una esquirla. Al recordarla, no puedo evitar sentir su punzada dolorosa.
Solo espero que tanta violencia no haya lacerado su corazón, nublado su razón, aniquilado su potencial. Solo quisiera creer que tanta violencia cambió su sumisión por rebeldía, que tanto dolor la haya hecho crecer y decidir no ser igual.
Solo espero que donde quiera que esté, sea una mujer plena y feliz. Que haya sido el eslabón que se rompió para no replicar esa cultura de violencia.
Amén


lunes, 3 de mayo de 2010

Musa de Degas

Siempre me imaginé dentro de un cuadro de Degas... Aunque, para serles sincera, me siento como flamingo. En fin... lo bueno de todo es que el pobre de Édgar descansa ya bajo la tierra, porque si viera lo que hice con su obra ¡me come viva! jajajaja. Feliz inicio de semana.

viernes, 30 de abril de 2010

Promesa cumplida

¿Qué día es hoy? ¡Viernes! Eso significa que es un buen día para reunirnos y compartir una nueva historia de esas extrañas.
Esta historia me la contó mi papá hace muchos años. No es que él la haya vivido, sino más bien creo que la leyó. Quizá por eso debo advertir que lo que mi memoria no alcanza recordar, mi creatividad se atreverá a remendarlo. Por ello la contaré lo más breve posible.
Hace muchos años, dos jóvenes amigos se hicieron una promesa: El primero que muera se encargaría de hacerle saber al otro si hay o no más allá. Si hay algo más después de la vida.
Como diría don Mingo Bethancourt, el tiempo todo lo borra. Así que el paso de los años se encargó de poner otros temas en la mente de aquel par de amigos quienes, al llegar a la madurez ya no se frecuentaban como antaño, aunque el cariño y el recuerdo de la amistad siempre estuvo latente.
Cierta noche, uno de aquellos personajes (ahora convertido en todo un caballero) se extrañó de ver que se había detenido el reloj de la sala a las siete de la noche. Estaba muy consciente de que por lo menos eran las nueve. Al querer confirmarlo con su reloj de pulsera, vio con extrañeza que también éste tenía las siete de la noche.
Y así se encontró con que todos, absolutamente todos los relojes de su casa se habían detenido a la misma hora.
Al día siguiente recibió una llamada. Un pariente de su antiguo amigo le comunicaba sobre la muerte de éste.
En ese momento, impulsado por una corazonada, el hombre preguntó: 
-Perdóneme ¿a qué hora falleció?
- A las siete de la noche
¡Plop!

miércoles, 28 de abril de 2010

Los últimos dos "Milán" sobre la faz de la Tierra

Si yo hubiera sido algún personaje de cuento, seguramente me habría tocado ser Grethel (de "Hansel y Grethel") por despistada y golosa (adoro las golosinas, principalmente los chocolates).
Ay, esta debilidad mía de no poder resistirme a la tentación de un chocolate, de sucumbir fácilmente ante sus dulces encantos, me llevó a protagonizar la historia que hoy les cuento y que me llena de remordimientos... snif, snif...
Hace tres años (2007) mi querida Mau (mi hija mayor) dejó en la mesa del comedor dos barritas de chocolate "Milán" (de la Gallito). Pasaron dos o tres días y aquel par de barritas envueltas en papel dorado me hacían guiños que no podía pasar por alto.
Finalmente, convencida de que podía reponer en cualquier momento aquel par de golosinas y aprovechando que estaba sola en casa, tomé la primer tableta entre las manos y la despojé de su brillante envoltorio. Como si de una adicta se tratara (en realidad se trataba de una adicta) me la llevé a la boca con prisa y dejé que mis papilas gustativas brincaran de felicidad al contacto con su dulce sabor. Mmmmmmmmmmmmmmmmm bocado de los dioses... en menos de un minuto la había hecho desaparecer y, antes de engullir el último bocado, ya mis manos se habían encargado de quitarle el envoltorio a la segunda barrita. Ésta desapareció también como por arte de magia.
Unos días después, mi Mau me preguntó por las barritas. Y yo no tuve más remedio que reconocer que me las había comido, pero le ofrecí reponérselas en ese instante. Le dije que le daría dinero para que las comprara en alguna tienda de nuestra colonia. Entonces mi Mau me contó que ese par de chocolatitos los había comprado en una tiendecita de una colonia cerca de Montserrat, que eran las dos últimas barritas Milán que tenían allí. Que incluso como no llevaba dinero, la tía de su amiga Gaby le había prestado para comprarlas... que en ninguna tienda de la colonia las vendían. Y que tampoco me molestara por buscar en el supermercado, por la casa de mi mamá, mi trabajo o cualquier otro lugar a donde fuera... nunca más había vuelto a verlas.
Desde entonces, me he dado a la tarea de buscar en cualquier tienda por donde pase. Llevo tres años sin poder encontrar ni media barrita y, por supuesto, el peso de mi culpa cada día es más grande al comprobar que me comí las dos últimas barritas Milán sobre la faz de la Tierra.

p.d.
Si alguien de Guatemala sabe dónde venden, por favor cómpreme las que pueda, yo se las pago, voy a donde me digan con tal de reponérselas a la Mau y, si fuera posible, de volverle a dar a mi paladar una probadita de los famosos chocolates.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Anuncio

Hola, mis queridísimos todos.
No he regresado aún... pero ya merito, jajaja.
Gracias por sus comentarios y mails, los adoro.
Hoy quiero anunciarles que publiqué un pequeño post en El Sur también existe, con enlaces para páginas en las que pueden consultar su nahual, según el calendario maya. Si les interesa, vayan a este enlace.
Apapachos, mil

lunes, 11 de enero de 2010

Ocurrencias: La vendedora de flores (con ayuditas, quién no...)



Hola, he estado un poco alejada de los blogs últimamente. Porfis, perdónenme. Intento visitarlos poco a poco, intento responder a sus comentarios... pero a veces no tengo tiempo.
Pero como no quiero que se olviden de este espacio... trataré de retomar el ritmo. Como me está costando hacer mis dibujitos... les dejo esta intervención que le dedico a mi amiga Eva. una chilena que adora las "calas", léase los cartuchos (para los chapines)... es decir, esas flores que ven aquí. Se trata de un cuadro del gran Diego Rivera. El guiño se debe a que estoy haciendo trampa porque atrás alguien me está ayudando con la carga.
Un apapacho grande y florido.

miércoles, 6 de enero de 2010

Reyes y magos


Hace un año publiqué esta misma historia con esta misma ilustración. Y bueee, me gusta tanto que la vuelvo a publicar hoy, Día de Reyes.


No es porque sea mi familia, ¿o tal vez si? pero la considero muy especial. Ya les he dicho que el mío era un hogar integrado donde se respiraba mucho amor.
Mis papás nos hicieron creer en Santa, en el ratón de los dientes, en los reyes magos, etc. Creo que nosotras (mis hermanas y yo) vivíamos como en Disneylandia…
Hoy les contaré cómo fue que hicimos que todos los vecinos creyeran en los reyes magos.
Nosotras éramos muy amigueras. Mi casa siempre fue el punto de encuentro de muchos vecinitos que llegaban a jugar. Las hijas de la señora de la tienda de enfrente, los hijos de la que vendía tortillas, las hijas del carpintero, y muchos otros niños y niñas que vivían en las casas vecinas se daban cita en mi casa a lo largo del año y no digamos en las vacaciones.
Un lejano año de la década de los 70, luego de la navidad y el año nuevo, cuando se acercaba el día de Reyes, platicábamos con nuestra legión de vecinos y les preguntamos si estaban listos para recibir a los reyes magos. ¿Y a qué llegan a las casas? Preguntaban nuestros interlocutores extrañados. Ellos sabían que los reyes magos habían existido hace cientos de años y habían llegado a Belén a dejarle regalos al niño dios, pero no sabían que seguían vivos y que incluso llegaban a las casas de los niños comunes a dejarles dulces y regalos siempre que dejaran los zapatos bajo el árbol.
- A mi casa no llegan, decían unos
- A la nuestra tampoco, decían otros
Nosotras simplemente no lo podíamos creer. ¿Cómo era posible que viviendo tan cerca no les dejaran regalos a ellos también?
- Debe ser porque ustedes no dejan sus zapatos debajo del árbol, pensábamos
Así que les dijimos que llevaran todos sus zapatos y que los dejaran debajo de nuestro árbol, así los reyes magos se darían cuenta de que había más niños y les dejarían sus regalos.
Como éramos pequeñas y despreocupadas, no puedo recordar la cara de mi pobre mamá cuando le dimos la buena nueva de que una legión de muchachitos llevaría sus zapatos a la casa el día de reyes. Y tampoco puedo imaginar la cara de mi papá cuando mi mamá le transmitió la decisión de sus hijas.
Por supuesto que mis padres no se negaron y quién sabe con cuánto sacrificio consiguieron juguetitos y dulces para todos, incluso para el enésimo hijo de la señora de las tortillas, bebito que tenía sólo unos días de nacido.
En la víspera del seis de enero, no sé cuántos niños llegaron a mi casa para dejar bajo el árbol sus zapatitos viejos, algunos llegaron incrédulos y otros llenos de emoción.
El día de reyes todos los pares de zapatos amanecieron con obsequios y golosinas. Deben haber sido juguetes muy sencillos, pero cuando uno es niño es feliz con lo que le den.
Desde aquel día, cada año (durante no sé cuántos años) muchos vecinos siguieron llevando sus zapatos a casa.
Menos mal crecimos (dentro de nuestras limitaciones genéticas, claro está) y dejamos de dejar nuestros zapatos y los de los demás para alivio del bolsillo de mis padres. Pero cuando recuerdo aquellos días no puedo dejar de pensar que mis papás quizás no sean santos, pero sí son unos reyes y, además, magos.